Cuando era niña, mi padre me sentaba en el comedor de la
casa donde me crié, o en su taller de yesería,
para escuchar un cuento sobre la
vida de un viajero. Juan. Aventura, paisajes, diversos trabajos y caminos que
debía recorrer aquel peregrino lejos de
su casa, eran para mí, diapositivas que en mi imaginación, narraban la mejor historia jamás contada. Quería
saber qué sentía el caminante, cómo superaba obstáculos, si acaso el cielo que él
miraba era el mismo en todas partes. Ahora de adulta, imagino que cada capítulo de ese cuento, quizá no era una ficción.
Mi madre en cambio,
siendo docente, me inculcó la lectura y la escritura. No me faltaron poesías
para ese viajero imaginario. Algunas de ellas las tengo escritas en viejos cuadernos. Gracias a mi
mamá siempre me agradó leer bajo la
sombra de los árboles y fue a través de
los libros que hice mis primeros viajes.
Años después, de
adolescente, me pregunté por qué
consideraba que mi casa era el mundo y no
podía establecerme conforme en ningún lugar.
Siempre me parecieron absurdas las fronteras, el sedentarismo y la idea
vivir para mantener cosas aún peor. La vida como empleada, la rutina repetitiva, el oficio de comprar compulsivamente, nunca fueron mis aliados. Los años pasaron y aunque intenté hacer una vida rutinaria, incluso cursando en la
universidad, solo logré darme cuenta que el anhelo de viajar siempre estaba
latente. Y de hacer viajes de meses, por ahí vacaciones largas, aprendí que de
algo estaba hecha, de mis
pies inquietos. Mi vida siempre de nómada hasta en mi provincia.
En la ciudad, lejos
de querer instalarme, viví como si estuviera viajando, ocupándome de conocer
bares, avenidas, sitios de interés y disfrutar de las noches, abandonando toda idea de permanencia. Desde que valoro la vida que sí, vivo cada día como si fuera el último. Tenía
en mi cuerpo el deseo de sentir aquellas sensaciones de aquel viajero.. el agua
del río, los caminos a la vera de la luna llena , las noches a kilómetros de
distancia, el viento, la nieve… Disfrutar de cada paisaje de manera
contemplativa, como hacía con cada planta y bicho que había en la casa de mis padres.
Cuando decidí viajar
varios meses y abandonar la jungla de cemento, también decidí conocer el desapego, poner a prueba
mis capacidades. Viajar pone a prueba quienes somos realmente, nos desdibuja
todos los límites de la mente. Así empecé a planear viajes cortos y de ellos aprendí a que en cada lugar se puede encontrar un aprendizaje
distinto , una escuela libre. Cada relato de lugareños, que para ellos puede ser algo común, para mi eran tesoros de conocimiento.
Como así también los relatos de otros viajeros,
situaciones como hacer dedo, dormir en
una playa , cerca del río, amanecer en la ruta en algún pueblo, en un bosque,
en un lago, en las sierras…Infinitos lugares. Lo que parece simple se vuelve
mágico, se vuelve real. Los caminos largos se hacen cortos, el final de cada
camino es el principio de otro distinto. Nada late más fuerte dentro del pecho
que partir. Porque viajando no hay mañana predecible ni saludos iguales todos
los días. No hallé mejor sensación a la de este andar.
No tengo miedo de recorrer largos caminos, no tengo miedo de quedarme
sin dinero, no tengo miedo de nada porque viajando la magia sucede. No tengo
miedo a la muerte porque acepto que alguna vez llegará y mi cuerpo servirá de
abono para el ciclo de la vida.
No es imposible
viajar, seas de donde seas. No hace falta
dinero para viajar. La tierra siempre puede darte un refugio cómodo, el
instinto el valor para encontrarlo. Tu
voluntad la razón para seguir.No tengo miedo de
empezar de nuevo, nunca se vuelve a
cero, porque toda experiencia es conocimiento. Todo conocimiento que hasta ahora he adquirido es el alquimista de mi propio
destino y cada conocimiento que adquiera
en cada lugar es hacedor de mi propia historia.No tengo miedo a
viajar , encontré en el viaje una forma de vida y en el mundo mi techo. Los
árboles son excelentes abrazos si por casualidad me siento sola. Los viajeros
reales amistades, hasta se hace uno de una familia cuando viaja. Es difícil estar solo, por lo general me pasa
que tengo que buscar esos momentos para meditar…y es ahí cuando me gusta
quedarme varios días bajo algún cielo natural. Cuando me comunico con todo lo
que me rodea en silencio, es inexplicable el lenguaje de la naturaleza, pero
eso somos nosotros también y sólo basta sentirlo.
Viajando me siento
viva. No hay lugar para el desgano porque hay lugar para el descanso. Viajando me siento alineada a una energía que
me permite concretar lo que necesito para el momento justo , se potencian mis
sentidos. Viajar alimenta mi alma entonces mi panza siempre estará contenta,
porque jamás faltará un pan que compartir. Jamás faltará quien quiera
compartirlo.
Cuando viajo me
siento bella, mi cuerpo refleja el estado de mi alma y no me fijo en cosas
superfluas, ni la ropa ni el calzado, importa cuando al fin conoces
que la vida se vale por lo que eres y no por lo que posees.
Y sí, muchos pueden decirme loca. No creo que sea de locos parar la
máquina.
Por viajar no abandono a mis seres queridos, la
distancia me enseñó a apreciar a mi
familia de otra manera. Me devolvió el lenguaje de las miradas. Me permitió
observar en mis adentros todo lo que de
ellos viaja conmigo a todas partes. Me ayudo
a ver el vaso lleno, a apreciar y decir
gracias, a no lamentarme por cosas terrenales.
Cuando viajo quiero saber cómo esta mi familia y hasta sueño con vivir
junto a ellos cada momento del camino. Ese deseo se hace un suspiro en el aire.
Que se lo lleva el viento y llega hasta donde están. Así saben que estoy bien,
que los amo, así me recuerdan con una sonrisa.
No encuentro amor más
real que el amor universal. Ni emociones
más sinceras que las que vivo cuando viajo.Cada ser humano es un
peregrino, en la vida hay para cada uno
un camino, yo elegí el camino más largo. Tal vez este camino haga la vuelta al mundo. ...